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lunes, 19 de abril de 2010

Papeles







El parpadeo acelera el abanico de algún guión barato,
la enemistad de las sombras carbonizadas en el empedrado
amontonadas,
débiles,
miradas desbordantes de puntos y comas,
miradas estrictamente gramaticales,
miradas pretéritas.

De tus manos conservo sus astillas,
el vapor pagano que se entrometió en tus discursos,
la pobreza de una lengua para merodearte
y la crueldad de un mate tibio en tu terraza.

Rosario,
desquiciada pegatina de mentirosos recuerdos.

Debimos alejarnos de la peligrosa molienda de nuestras almas.

Mirá qué triste he sido que todavía sigo cayendo dentro de mi cuerpo
delimitando la república atea que conviene al destino impar,
desacatando las leyes plurales que te revuelcan en la inquietud de una esquina.

Mirá que sigo sin correrme de la calle introspectiva,
del arrabal insolente que te muda,
de la monotonía austera que convida al delirio.

Debí alejarme de tus cadenas de papel glasé.
Debí dejarle al río la alforja indecente de tu filosofía de chapa.



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