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martes, 27 de abril de 2010

Tribuna



Pobre lengua insuficiente para digerir sus propios frutos.

La avenida está plagada de ojos,
Pichincha con su traje de domingo me desviste el alma.

Tristes diablos arremetidos con cucharas y salomones
ventanas al lamento masivo de una soledad enjaulada.

Suelo mirarte cuando todavía te vas,
siempre es otoño entre tus pasos,
siempre caen cenizas en el alboroto de tus manos,
siempre en la ventana
las rejas y todo lo que no quiero ser.

Aún es de noche y la ciudad no duerme
el traqueteo del río insomne se ha inmiscuido en el viento,
juntos caminan la costanera y se agasajan.

Ninguno de los dos
te vio llorar este esqueleto.

No habrá más pasos a pesar de la vertiente,
el espectáculo atroz de la semántica de tu mirada
se habrá disuelto en el fervor retrospectivo.

Pobre olvido seguro de sí mismo.

Cada latido con glamour de duermevela
se arrinconará distraído en el paréntesis de una runa.

Yo habré colgado los patines de las sombras
decapitando la certeza del picaporte a cuarenta y cinco grados.

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