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lunes, 26 de julio de 2010

Introspección

Detrás de la cáscara de un limón

yo veo,

yo puedo ver.


 

¡Oh Señor!

¿Vas a verter mi piel adentro para que vea adónde anida el águila

y se retuercen los crustáceos?

¿Vas a vender la cicatriz heredada de tantos mártires suicidas

y saturar de sal y espejos cada gramo de nostalgia?


 

Detrás de la concavidad se llana un espacio

se advierte la mustia recolección de huesitos,

dos más dos, dos

tres más tres, tres.


 

La inducción de la cordura destila vapor y entuertos.


 

En un vaivén recetado por la liviandad de un monje

presto a las mermeladas,

adivino bulevares

donde es sumamente urgente apropicuar el cuerpo,

ése que no sabe de sus límites discretos.


 

Y así lo verán en el vidrio,

en el último asiento del bus de la tarde,

donde la mirada se confunde con la urgencia del horizonte

que sólo podría refutar el apocalipsis.


 

¿No lo ves?


 

Aún de su mano muerta se lleva las cortinas

que más aglomerante que la mariposa
en duelo,

algunas notas tiesas a punto de domingo,

el constructo inepto de intentar demostrar por la lógica

el axioma de mi soledad de sangre y tierra.


 

Cuando él se ha ido sólo me queda un puñado de lunares,

la recolección sacra de cada fantasma que me atore de su paso

el hambre angustiante de reemplazar el paisaje superior de su señuelo

y algunos duendes deteriorando las palabras a cuenta reloj.


 

Sal y Pimienta

A Bibiana Poveda


 

Siempre se encenderá la brutalidad de la noche

la virginidad de una rayuela que defenestra los límites

que vuelve al borde sólo para ver si se le ha quemado el vestido.


 

Volverá detrás del pasillo que pisa sus fantasmas,

el alma del mar muerto que me azota la silla,

el aspecto de mi rancia solitud

mi peinado de hachazo ingenuo,

una limosna a la bóveda detrás de la puerta de calle.


 

Detrás de escena,

enganchadas a las vigas de un sintagma

se caen las cenizas, la mateada, la escarapela,

se cae la porción más liviana de un pretérito hambriento.


 

¿Ves que los muertos todavía bailan en la espalda?

Y todo sucede entre las nueve y las once.


 

Aún así las rodillas de los tercos se cuajan de maíz pisado

y suele llover adentro de la casa

sobre todo ante el intento de fingir salubridad.


 

Siempre vuelven a pastar en el enrejado,

donde las venas arrastran el cadáver del noble

y yo me vuelvo lentamente al cortejo original,

para esconder pan debajo de la almohada

y escuchar el trago lento y acompasado del viento abierto.


 

Una comedia magna en el mostrador del Agudo Ávila,

sin cigarrillos entre Suipacha y Santa Fe.


 

-Deme un fóbico por favor.

-¡Cómo no! ¿Lo envuelvo para regalo?

-No, me lo llevo puesto.

-Señora, hace frío allá afuera…

miércoles, 14 de julio de 2010

L’après-midi



No me mientas.

Aquel haz de luces que pernocta en el triángulo de tus manos,
aquellas noches de lobos enjaulados y partidas kamikaces.

-Por favor-
Vos devolvele la espera al ángel
que yo voy a poner la pava por enésima vez.

Y mientras tanto leé.


Sobrarán más de aquellas camillas vacías
que de tanto limar la pared se habrán cremado las uñas,
habremos de encontrarnos después de vomitar el reloj
y aún así se desnudarán los tréboles antes de mí,
para no desfigurar el rostro enajenado de una púa.

Pero sabe a ceniza el índice mendigo,
reniega de mi dosis aseverante,
cinco centímetros cúbicos de muerte cada dos días
una pirueta insolente que se revuelve en el alma de una piedra
dos más de aquellos azulejos empañados para mirar
en una colección misogénica de saber que ya no lo sos.

Y yo me arrastro a la bitácora del cartonero,
confundiendo mostradores con entuertos
palidez siniestra de un verbo electrocutado
en la suma de ceros disfrazados de tu madre,
en la lúdica astucia redondeando tu mentira perfecta
que vuelve para entrometerse en la rueda adyacente al purgatorio.

Locura de desayuno,
duendes descalzos que muerden mis zapatos,
dos o tres vasos más altos que yo abrazándose en la bacha
donde la mulatona insulta y destiñe el presagio.

Mi amanecer de partidas en el croupier del Moulin rouge
conmutación de incesto en un blando espejo,
en la misma taberna donde bebe el diablo y se aparean las vocales
justo antes de escupir los despojos de tu avión suicida
me ciño el tracto de tu minotauro en mi laberinto de alambres
y arrojo el enigma viscoso para que siempre sea abril
aunque los difuntos taimados se enfaden.

viernes, 9 de julio de 2010

Extensión

 
 
Hay algo de sustantivo en tu tristeza
de imprevisto de gotera que corrompe el suburbio,
de caminos de un mundo plano que jamás me hubieran exiliado.

Así, como cada mueca de insolencia que profana el pestañeo
te acompaña la cobardía a la geografía inhóspita de tus bares interiores.

Todavía se arremanga la noche hasta alcanzarme,
la temperatura de tus fantasmas apedrea el interludio
acompañado del silencio de tumbas que destila el río.

Así vienen a aventurarse las sombras en la frontera
al converger en la oscuridad de la palabra,
agotada de tantas muertes que azotaron su alimento de arroz
y patadas en las terminaciones plurales.

Es el vértigo de la prosódica despedida.

Es la garúa tangente a la mirada y al tarareo.

Es el regateo del destino alternando mis costillas,
el pavor de la nocturnidad de unos cordones desatados
y el desdén sin miga que se ha acodado en mi lengua renegada.

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Levedad



Fracasé al respirar.

Me atropelló la dilación de una lágrima
batiéndose a duelo con la garganta.

Te debo el alquiler de los denuedos de la muerte
por derrapar en las alas del olvido
ayer todavía hoy
se adhieren al mercado los desmayos oculares.

Tengo por costumbre cargar el cuerpo durante la condena,
el límite de un segundo casi agudo me convence.

En algún rincón de la humareda se habrán escondido las miradas
que no vuelven,
que nunca regresan por pensarlas olvidadas.

(No puedo grafitizar su voz
aún llenándome de hormigas las venas)

En la porción más íntima de la noche
se vuelven de la conjuntiva los señuelos del limón.

La temperatura del otoño nunca ha sido pertinente,
demasiada textura para delimitar una utopía.

Viste que cada intento se ha inundado de porqués,
que cada después se acongojó en la lentitud de agosto,
viste que cada instantánea del hombro a cero grados
desniveló la conjetura abstracta de unos cualesquiera transeúntes.

Yo sigo sola apedreando el olvido desde mi ventana,
fumando la gracia de la bitácora de un ángel,
aplastando la dignidad en mis bolsillos.

Acaso el alma pese más que algunos besos.

Manos y momentos



Chaparrón, histeria colectiva,
dos años tachando palitos
y los ojos grises de tanto llover.

Puesto que alguna vez se habrán secado las esquinas
volveremos a toparnos.

De cualquier manera lo haría
sin silbar un tango en tu vereda.

Lo haría.

Sorprenderte noche
y amanecerte.

Enarbolar tu mirada
tan testarudamente desentendida.

Volver a ser
pero esta vez
no caer en la memoria revuelta
de tanto tropezar en tus pestañas embarradas.

De los tiempos en tu patio plagado de hormigueros
me he traído en un bolsillo
lo suficiente para llorarte una vez al día.

Sé que no nos olvidamos.

Es sólo que estamos demasiado mojados
como para mostrarnos las caras.

jueves, 8 de julio de 2010

Elipsis

 
No lloraré.
No lloveré.
No me verteré en los tribunales de tu taza.
Un holograma de casi como media vida en blanco.
O media tiza.

Palabras corruptas que se enredan en amoríos sin necesitarnos.
Egoístas.

-¿Vas a escalarme cada noche?
-Sí, claro. ¿Por qué me lo preguntás?
-Sólo para saber que tan espeso será el olvido.

Al diablo no le va a gustar que me arrincone en tus costillas.

Un silencio detrás de otro silencio,
desnudez de sombras por doquier,
los fantasmas se pasean en medias por el pasillo espejado.

Penumbra y piedra filosofal.

Sifones de luto.

La noche comienza a enredarse en mis tobillos.
Vos me mirás como si te pesaran mis pestañas.

-¿Me pasás papel cuadriculado?
-Sí, claro. ¿Para qué?
-Tengo que dibujarte el camino hasta mi paraguas.

(Acaso llueva y se me mojen los cuadernos)

Rosario no gusta de papeles mojados
ni balcones sin blasfemias.