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lunes, 26 de julio de 2010

Sal y Pimienta

A Bibiana Poveda


 

Siempre se encenderá la brutalidad de la noche

la virginidad de una rayuela que defenestra los límites

que vuelve al borde sólo para ver si se le ha quemado el vestido.


 

Volverá detrás del pasillo que pisa sus fantasmas,

el alma del mar muerto que me azota la silla,

el aspecto de mi rancia solitud

mi peinado de hachazo ingenuo,

una limosna a la bóveda detrás de la puerta de calle.


 

Detrás de escena,

enganchadas a las vigas de un sintagma

se caen las cenizas, la mateada, la escarapela,

se cae la porción más liviana de un pretérito hambriento.


 

¿Ves que los muertos todavía bailan en la espalda?

Y todo sucede entre las nueve y las once.


 

Aún así las rodillas de los tercos se cuajan de maíz pisado

y suele llover adentro de la casa

sobre todo ante el intento de fingir salubridad.


 

Siempre vuelven a pastar en el enrejado,

donde las venas arrastran el cadáver del noble

y yo me vuelvo lentamente al cortejo original,

para esconder pan debajo de la almohada

y escuchar el trago lento y acompasado del viento abierto.


 

Una comedia magna en el mostrador del Agudo Ávila,

sin cigarrillos entre Suipacha y Santa Fe.


 

-Deme un fóbico por favor.

-¡Cómo no! ¿Lo envuelvo para regalo?

-No, me lo llevo puesto.

-Señora, hace frío allá afuera…

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