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jueves, 9 de septiembre de 2010

Sombras




No madre,
no soy feliz.


Hay un pájaro aleteando en mis costillas
y siembran pan, mis dedos de abecedario.

A veces llueve sobre los números impares
mientras el vaivén descose el arpa del asfalto
y yo envidio el insomnio frugal de los ángeles.

El polimorfismo de un pozo crucificado
rescata a las sombras empolvadas
vertidas en ofrendas a Dédalo.

Detrás se acumulan las lenguas
entorpecidas de lacónicos mestizos
mezclando el vientre con pinceladas de cobre.

La orfandad de mi cuello se despliega,
la crisis de la mariposa de papel mojado,
la pertenencia a los ojos de las piedras,
llaga pisciana que deambula en la boca
sin sospecharse herida de muerte.

El silencio me besa el estómago
y crepitan las canillas
la peste de extrañar el baldío del alma.

sábado, 4 de septiembre de 2010

Por las horas que nos faltan

Yo sé que vos sabés de entrecruzados pentagramas
y que hasta a veces amanece más y mejor en tu ventana.

Sé que la osadía de atreverme a resucitar después de la infamia
decrece mientras observo atentamente las vías,
que fuiste una vez lo que yo no fui nunca,
que a veces me enrollé en un déshabillé de estaciones
y luego todos volvimos a morir de entrecasa.

Yo sé que vi tu cobardía plagada de pasaportes,
vi el desandar de tu firma ultrajando la armonía del mundo,
vi que me querías tanto como para orinar en mi atelier.

Ahora que vos y yo no nos merecemos,
que sólo somos un agujero en el espacio conjunto tiempo
que toda tu cascada de entreveros irá a morirse
y que me imagino de revés en la pulcritud de tu media cara.

Es ahora.

Al cabo me quedo con el botón flojo de los estatutos de paloma
asqueándome de las jaquecas a media pelea
sólo para estampar la escapada al olvido.

La cábala siempre vomita en viernes
se arrodilla cortesana sobre los hilos de la esquina
insufla el silencio que tararea el mundo
como corchetes blandos con agujeros en las piernas.

Regreso.

Él siempre ha estado allí,
en la sinfonía agria de lo que se parece a una pluma
en las palabras viscosas que entrelazan el pensamiento.

Él me dice no,
yo le digo a veces,
él me dice siempre
yo le digo jaque,
él se recupera
y me pide tregua.

-Ahí deberíamos sentarnos a fumar-

¡No!
¡Ésa es mi casa!
¡Allí ya has estado muerto!

Ha saltado el diablo desde la punta de su lengua,
inyectándose en mis iglesias de infancia
resucitando las arenas olvidadas de un llover.

De los cimientos heréticos que acompañan mi silogismo
retrato a diario la octava porción de la desmedida maravilla.

Y luego nada.