Ojalá se hiciera mi tristeza al agua
la deidad y las mariposas miopes,
escalones opacos que tambalean el silencio,
engañosas siluetas que trastornan las
cortinas.
Los dedos del ángel se escurren de mis
manos
-ojalá-
muda como en sueños
galopante palpitar de extraño sentir
hubiera permanecido ante su férrea caricia.
Punto cero.
¡Silabeá mano traidora!
Silabeá su nombre con más coraje,
que todavía puedo ver hasta donde remonta
su miedo.
El olvido se reserva el derecho a perdonar
o llevarse en las alas la jocosa pulcritud
del alma.
Yo no sé de eso.
Para repararlo sucumbo pálidamente
en la sangría de una hormiga lenta.
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